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miércoles, 7 de abril de 2010
Características psicopedagógicas generales de los niños con baja visión durante los primeros cinco años de vida
La estimulación temprana constituye un punto de partida importante para lograr el verdadero desarrollo del niño desde las primeras edades. En los menores con necesidades educativas especiales esta tarea adquiere un valor mayor por lo que representa para los procesos que están afectados. Los niños y niñas con baja visión representan una población elevada dentro de las necesidades especiales de tipo visual. El trabajo que se presenta constituye un resultado importante a partir de un estudio descriptivo realizado con menores que presentan baja visión durante los primeros cinco años de vida en la provincia de Camaguey, Cuba.
La Pedagogía en los momentos actuales centra nuevas aristas en el orden didáctico para trabajar con los niños que presentan necesidades educativas especiales. Los retos para los educadores crecen y sin dudas, en el orden teórico, se hace necesario profundizar aún más en las características psicopedagógicas que presentan los niños y niñas con cualquier tipo de discapacidad.
Los menores con dificultades visuales constituyen un porciento elevado dentro de la población infantil en el mundo. En algunos países estos niños se educan bajo los preceptos de la escuela integrada o escuela inclusiva (España, Brasil, Argentina) y en otros, como en el nuestro por ejemplo, asisten a salones infantiles o escuelas especiales donde existen las condiciones materiales y espirituales garantizadas para el logro de una formación integral desde las primeras edades.
Cómo transcurre el desarrollo de estos menores durante los primeros años de vida, constituye una interrogante que se hacen muchos especialistas y es a su vez, una premisa indispensable para encausar el trabajo correctivo compensatorio con ellos.
Tomando en consideración lo antes planteado, el presente trabajo tiene como objetivo caracterizar a los niños con baja visión entre cuatro y cinco años de edad, tomando en consideración los resultados obtenidos por la autora en investigaciones precedentes. Cuando se escucha hablar de la visión, la mayoría de las personas, tanto profesionales como no profesionales, consideran la misma como uno de los dones más preciados que posee el ser humano. Sí se presenta algún tipo de afección en este órgano durante las primeras edades, o si por el contrario, el niño nace con la afectación, se van a producir alteraciones en su desarrollo, dadas fundamentalmente por dos causas: las de origen biológico y las de origen social.
En cuanto a las causas biológicas queda clara la alteración que existe en una de las partes del ojo que conlleva a que el menor posea una visión defectuosa. Cuando se hace referencia al factor social, la problemática es aún mayor; se trata de las dificultades que comienzan a darse en la relación del niño con sus padres y familiares más cercanos en el micro medio de su hogar, y más tarde, con las demás personas que le rodean.
A partir de toda esta interacción que tiene lugar con los factores socio - ambientales comienzan a surgir discrepancias para el trabajo con los niños desde la propia clasificación de la entidad, ya que los especialistas manejan criterios diferentes en cuanto a las implicaciones de la agudeza y la eficiencia visual en el desarrollo del niño.
En el mundo existen contradicciones en este sentido, específicamente se pueden señalar las que tienen lugar entre el personal del área de salud y educación para asumir un criterio de clasificación, puesto que unos le dan más importancia al aspecto relacionado con la medida de agudeza visual (personal de salud) y los pedagogos, en este caso, defienden el criterio del funcionamiento visual del niño. No obstante, en los últimos tiempos se ha tratado de llegar a un acuerdo partiendo del concepto de que la visión tiene un carácter desarrollador y mientras más se estimule al niño, más este podrá ver.
Los estudios realizados por Barraga al respecto tienen una gran importancia en los momentos actuales, pues sus concepciones están muy afines con las de la escuela Socio – Histórico - Cultural, imprimen una nueva tónica en el concepto de las adquisiciones visuales que puede lograr el educando con visión disminuida, enfatizando en el valor que tiene la estimulación visual graduada y bien motivada.
Esta autora realiza un análisis sobre el funcionamiento visual del niño en aras de que no se tengan en cuenta las medidas de agudeza visual como un factor decisivo dentro del diagnóstico, pues existen niños que con una agudeza visual igual, tienen una eficiencia visual diferente. (Barraga, 1995)
Por otro lado, refiere que el funcionamiento y la eficiencia visual son contingentes de factores fisiológicos, psicológicos, intelectuales y ambientales; son únicos y diferentes en cada persona, por lo tanto no pueden ser medidos clínicamente con exactitud por personal médico, por psicólogos, ni por educadores. El trabajo con los niños debe ser abocado a satisfacer sus intereses, no agruparlos por su disminución, individualicémoslos por su potencial, no por su carencia, démosle a cada uno lo que necesita para su crecimiento y desarrollo integral.
El funcionamiento visual es considerado como la mayor o menor capacidad del niño para usar su resto de visión en la realización de tareas cotidianas, está directamente relacionado con las características físicas y mentales del sujeto, con los factores ambientales en los que se desenvuelve cotidianamente y con la motivación que presente para la realización de tareas visuales.
Según Pérez la evaluación de este funcionamiento visual supone determinar de la manera más completa posible cómo utiliza el sujeto su visión residual, así como valorar los aspectos sociales, emocionales, cognitivos y las implicaciones que esos pudieran tener junto con el déficit visual en el desarrollo del niño. (Pérez, 1998)
Estos autores antes citados realizan un análisis más integral de todos los factores que inciden en el buen funcionamiento visual de un niño para garantizar el desarrollo dentro de la sociedad.
La autora de este trabajo, en consonancia con las concepciones de Barraga, sobre la importancia del funcionamiento visual para determinar lo que el niño en realidad es capaz de ver, define la baja visión como:
Baja visión: Aquellas personas que presentan visión parcial pero aún pueden hacer uso de la misma como canal primario para aprender y obtener información. (Puede ir desde un déficit visual moderado a profundo).
En los menores con baja visión las dificultades en el analizador visual durante los primeros años de vida pueden inhibir el desarrollo funcional y estructural de la retina y el camino visual hacia el cerebro. En la misma forma, el área visual del cerebro no se desarrolla ya que la madurez total del sistema visual depende de las experiencias visuales.
La falta de madurez o de desarrollo del sistema visual lleva a una reducción de la información visual usada por el niño, por lo que la cantidad y calidad del aprendizaje que recibe a través del órgano de la visión es limitado. Los niños con baja visión pueden recibir muchas impresiones visuales, pero no tienen la oportunidad de intercambiar con los demás niños sobre dichas experiencias, ya que no existe claridad por parte de ellos del fenómeno percibido. Las mayores dificultades relacionadas con la percepción visual de estos sujetos se asocian con la desproporción de detalles en el espacio, la posición espacial, representación tridimensional y composición de formas.
Todo esto trae como consecuencia grandes discrepancias por parte de las personas que le rodean para poder entender su funcionamiento en la vida diaria desde las primeras edades. Estos niños por ejemplo, se encuentran en tierra de nadie, quiere decir que no están ni en el mundo de los videntes, ni en el de los invidentes.
Entre las particularidades que se originan debido a la pérdida parcial de la visión se encuentra el subdesarrollo de las necesidades perceptivas relacionadas con dificultades para satisfacerlas, la reducción del círculo de intereses a causa de las limitaciones en la esfera de reflejo sensitivo, el carácter reducido de las aptitudes hacia los tipos de actividad que requieren verificación visual y la ausencia o la restricción sensible de la exteriorización de estados internos. Estas características son evidentes desde las edades más tempranas de los niños y su corrección y/o compensación están en dependencia de la influencia que ejerzan los factores de índole social.
Al estudiarse la evolución de estos menores se constató que entre el nacimiento y los cuatro meses aproximadamente el desarrollo de un niño con baja visión es bastante similar al de un vidente. El recién nacido, dedica la mayor parte de su actividad a ejercitar los reflejos de que está dotado desde el nacimiento y la única diferencia entre un niño de baja visión y uno vidente está, aunque parezca obvio, en que el primero presenta dificultades para ejercer su residuo visual, lo que no le impide seguir la pauta de desarrollo normal durante las primeras semanas de vida.
A partir de los dos meses, el lactante ha conseguido adaptar sus reflejos para formar así las primeras habilidades o costumbres que están centradas en su propio cuerpo y todavía no en el mundo exterior. Así, por ejemplo, el niño conseguirá, como el vidente, agarrar rápidamente su sabanita, y las diferencias entre ambos son escasas, ya que el interés por el niño en esta etapa está más en el perfeccionamiento del acto de agarrar que en el de descubrir cosas sobre el objeto que agarra. En este mismo período, el niño con y sin impedimento visual consigue coordinar la succión y la prensión de tal manera que se llevará a la boca todo lo que coja, y recíprocamente cogerá todo lo que tenga en la boca.
A los cuatro meses comienzan las diferencias entre un niño de baja visión y uno vidente. Es en este período precisamente cuando el menor que no presenta afectaciones en el analizador visual consigue coordinar la visión con la prensión y manipular los objetos bajo control visual, con un interés cada vez mayor por el mundo exterior. Este momento es muy importante precisamente, el seguimiento visual de los objetos, esto es lo que hace que el niño comience a interactuar en el conocimiento del espacio. En el menor con baja visión el conocimiento va adquiriendo un carácter fragmentado, en su interacción con el medio, solo va a percibir una parte de este, aquella que está al alcance de su resto visual disponible.
Otro aspecto importante en este período es el que se refiere a la búsqueda de los objetos puesto que permite al niño comenzar la interacción y el interés por conocer las cosas que le rodean. Los diferentes trabajos realizados por Fraiberg, han puesto de manifiesto las pautas evolutivas por las que atraviesan estos niños para la realización de esta tarea. (Fraiberg, 1995).
Al respecto refiere que antes de los siete meses no existe ninguna evidencia de búsqueda constante de los objetos, esta actividad los niños con baja visión suelen realizarla esporádicamente y está en dependencia de la eficiencia visual y las características de los objetos que se encuentren a su alrededor. Aquí es importante tener en cuenta factores tales como: tipo de iluminación, color, contraste, sensibilidad a la luz, entre otros.
En cuanto al desarrollo motor, se ha evidenciado que las adquisiciones posturales en estos niños (dar la vuelta, permanecer sentado sin apoyo), suelen entrar dentro del rango de edad normal para los videntes cuando las relaciones de apego son buenas y, en consecuencia, el niño está suficientemente estimulado. No obstante, se pueden encontrar algunos casos que dado por las dificultades que tienen en objetivar la presencia de los objetos del mundo exterior, el inicio de la auto movilidad (el gateo y la marcha), pueden estar retrasados.
Los estudios hechos al respecto han corroborado que estos niños empiezan a gatear sobre los once o doce meses, el inicio de la marcha sin ayuda se sitúa, como media, sobre los quince o dieciséis meses.
Estos sujetos van a presentar un retraso en el desarrollo motor, debido a que el sistema visual actúa como impulsor y activador del movimiento. La mayoría de estos menores evolucionan más lento en el dominio de la marcha independiente, así como en el logro de la coordinación correcta de sus extremidades, moviéndose con mayor torpeza, tardando más tiempo en el aprendizaje de determinadas habilidades motrices e incluso, mostrándose incapaces de llevar a cabo algunas actividades que afectan a la orientación y movilidad.
Luego que el menor aprende a caminar y desplazarse dentro del entorno donde vive aparecen serias dificultades en el área afectiva. En primer lugar, las contradicciones en el orden personal surgen desde el momento tal que existe una relación niño - espacio - ambiente . Esto se explica si se parte del análisis de que no en todas las circunstancias el menor suele comportarse como un vidente dentro de ese espacio, dentro de ese ambiente.
Por otro lado, en ese mundo con el cual interactúa se encuentran familiares, vecinos, otros menores de su misma edad que no manifiestan una actitud adecuada ante la problemática del niño. En el caso de los padres, por ejemplo, es frecuente un alto grado de sobreprotección tratando siempre de evitar que se produzca algún golpe o caída de ellos, los otros familiares y niños de la misma edad van a manifestar sentimientos de lástima donde es frecuente escuchar frases como: "pobrecito, no ve casi nada", "está casi ciego, no puede jugar con los demás niños", "la madre no debe dejarlo salir, se puede caer con facilidad".
Esta es, lamentablemente, la realidad que aparece con frecuencia alrededor del niño con baja visión durante estos primeros años donde existe una relación muy estrecha con la eficiencia visual. Las personas a veces olvidan que la visión es un proceso, es el resultado final de todas las otras dimensiones del desarrollo y no el punto inicial, si fuera así, todo niño aprendería lo que ve en el momento de nacer, no habría que pasar por el largo y lento proceso de aprendizaje. Los niños con baja visión, por tal motivo, necesitan desde los primeros meses una adecuada estimulación visual, pues mientras más se estimule la visión, más se desarrollará su capacidad de discriminación visual y en tal sentido, el conocimiento del mundo exterior aumentará gradualmente.
El niño con baja visión, con respecto a las relaciones que establece con las personas que le rodean piensa que todos ven lo que él ve, no sabe lo que debería ver y mucho menos lo que no ve. De aquí se infiere que estos primeros años de su vida, que son a su vez decisivos en la formación y desarrollo de la personalidad cuando no se le brinda la estimulación requerida van a carecer de información, de estímulos, de preparación hacia la adquisición de nuevos conocimientos. Analizando lo antes expuesto, cuando se habla de adquisición de nuevos conocimientos juega un papel muy importante el proceso de sensopercepción.
En el caso de estos menores desde las primeras edades se van apropiando de todo lo que acontece a su alrededor con el funcionamiento conjunto de la vista y el tacto. En tal sentido, el reflejo adecuado de la realidad, es posible, tan solo si la visión y el tacto se encuentran en cooperación, determinada por condiciones objetivas.
No obstante, según plantea (Litbak, 1990. p. 45), el hombre se ha formado en la evolución histórico social como "ser vidente", la posesión de los residuos visuales, hasta insignificantes, inhibe el desarrollo de la percepción táctil. Esto es muy común observarlo incluso en la actividad práctica de los niños con baja visión. Cuando estos menores poseen un residuo visual por muy pequeño que sea, aún no admiten aprender a leer y escribir Braille, todo lo contrario, tratan de usar su visión residual para distinguir los puntos.
Esta desaparición del tacto dentro de la esfera de percepción en estos menores afecta en ocasiones el reconocimiento de los objetos y trae como resultado la desvirtuación de algunas imágenes de la realidad objetiva. En investigaciones realizadas se ha podido corroborar cómo el estado de las funciones del analizador visual incide en la percepción de los objetos de la realidad circundante, ya que los trastornos visuales influyen no solo en la velocidad, sino también en la calidad de la percepción, su exactitud e integridad.
Los niños no saben diferenciar los objetos parecidos, e incluso algunos donde existen rasgos distintivos de diferenciación, por lo que está presente la llamada inespecificidad del reconocimiento. Ellos solo son capaces de reflejar algunas características distintivas, e incluso secundarias del fenómeno observado, por lo que las imágenes que surgen son deformadas y suelen ser inadecuadas a la realidad. Todas estas dificultades que se dan en el desarrollo de la percepción están muy relacionadas con el lenguaje y su evolución durante las primeras edades. Es sabido que el lenguaje y la palabra precisan, corrigen y dirigen el reflejo sensitivo de la realidad. Las dificultades visuales conducen a que en la experiencia sensitiva desaparezcan en parte las impresiones ópticas, en ocasiones los objetos y fenómenos del medio resultan ser inaccesibles para que los niños los puedan percibir a través del residuo visual disponible.
En este caso, la función de la palabra debe ser la de llenar esas lagunas, así como precisar y corregir las impresiones que no han sido del todo íntegras y exactas con respecto al original, sin embargo, hoy se detectan serias dificultades en estos menores ya que ellos disponen de menos cantidad de estimulación y además la calidad de las estimulaciones visuales no es equivalente a las proporcionadas por la visión.
Por otro lado, a estos niños les resulta difícil unir acontecimientos visuales y auditivos, al perder estímulos válidos para comenzar a expresarse pierden oportunidades de comunicación y son lentos en hacer generalizaciones, tardan en el proceso de ampliación, estructuración y enriquecimiento de algunas categorías.
Existen al respecto investigaciones como las de (Andersen, 1984), donde se realiza un estudio sobre las dificultades que poseen los niños con baja visión en la base conceptual del significado de la palabra, ellos tienden por lo general a fijarse más en los rasgos funcionales de un objeto y no en los preceptúales, realizando sobre esta base las generalizaciones. Otra característica frecuente es que suelen tomar las expresiones del discurso de quienes les rodean sin analizar los componentes o el contenido de dicha disertación.
Sí se analiza de una manera superficial el desarrollo del lenguaje en un niño con baja visión y uno vidente, no se evidencian diferencias significativas, pero en una observación más minuciosa de ese lenguaje en el proceso del discurso del niño sí se observan dificultades en la estructuración conceptual de las palabras que emplea.
Las regularidades descritas hasta el momento interfieren en el desarrollo de los niños durante estas edades sino han sido estimulados consecuentemente. Muchas veces arriban a los cuatro años de edad con cierta inmadurez para enfrentar el proceso de aprendizaje cuando ingresan a la escuela.
Linares en 1994 realizó una investigación en cuanto a las áreas más afectadas en estos niños durante esas edades entre las que señala:
- Dificultades en la construcción del esquema corporal, debido al importante papel que este tiene en la evolución y el conocimiento del cuerpo, el cual lo facilita el sentido de la vista. Dada a esa falta de información extereoceptiva visual, se produce una reducción de las experiencias motrices, mermándose el desarrollo psicomotor.
- En la coordinación general (con dificultades en la adquisición de la marcha). También suelen tener desajustes en la postura y frecuentes paratonías.
- En el plano perceptivo motor, el cual manifiesta una carencia de coordinación de las informaciones perceptivas y de su ajuste a la realidad exterior.
Cuando se habla de dificultades en el esquema corporal, hay que partir en primer lugar de que este aparece dentro de un contexto que le confiere características claramente madurativas dentro del marco de referencia del desarrollo de la distinción "yo" - mundo exterior. No es un dato inicial, sino que se adquiere evolutivamente a partir de las relaciones entre el cuerpo y el medio.
Los niños con baja visión al presentar serias dificultades en el funcionamiento visual no forman una imagen clara de sí mismo, por lo que les resulta difícil realizar una valoración cualitativa como ser humano y esto trae en consecuencia las alteraciones del autoconcepto y la autoestima.
Cada persona, con problemas o no de la visión desde el momento de su nacimiento interactúa en su entorno. La interacción lleva a la idea que uno tiene de sí mismo, diferente de la que tienen los demás. En el caso de estos menores existen mayores dificultades para el desarrollo del autoconcepto que en los ciegos, puesto que ellos tienden a auto compadecerse más y están menos capacitados para aceptar sus limitaciones visuales.
Al respecto se puede plantear que un niño que se siente querido y apreciado aprende a quererse y a valorarse. La escuela, la familia y la comunidad van desenvolviendo en él continuamente su imagen calificada con valores de bondad, belleza, inteligencia, normalidad, o por el contrario, valores negativos. El niño pequeño no dispone de recursos propios para revelarse contra esas concepciones y los incorpora a su imagen corporal, por lo que la misma no se identifica solo "a partir de", sino también "por referencia a" y "con relación a".
La imagen corporal se configura a la vez y simultáneamente que el esquema corporal, y el niño a través de sensaciones corporales primero irá conociendo los elementos de su cuerpo y les dará una valoración de aceptación o rechazo que añade de la experiencia subjetiva, integrando cualitativamente esos elementos a la imagen de sí mismo. En este proceso de formación de la imagen de sí mismo juega un papel fundamental la estimulación que se le brinde durante las primeras edades, fundamentalmente entre cuatro y cinco años, para lograr una representación clara y precisa de su propio cuerpo.
CONCLUSIONES.
El análisis realizado de las principales características de estos menores durante las etapas de desarrollo seleccionadas para el estudio, es una muestra de la importancia que tiene para los maestros que trabajan con estos niños conocer las irregularidades que van presentándose en cada una de las etapas de su vida.
Conocer al niño con baja visión significa penetrar en un mundo de representaciones figurativas donde solo con un análisis minucioso de cada palabra, de cada acción y actividad que realicen, será posible lograr niveles superiores de conocimiento de sí mismo y del entorno que le rodea.
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